La señora María y sus tres hijos, el señor Manolo con su permanente tos, el chico que estudia empresariales, la mujer en espera de un sí por parte de los servicios de adopción –hace tres años-, Cristina la vegetariana y Pablo con sus tantos ligues de fin de semana: esos eran sus vecinos, lo más cercano a una familia que ella podía tener y aunque la trataban con mucho cariño y amabilidad -sobretodo por parte de la señora María-, evidentemente, no era lo mismo. La verdad es que Patricia siempre había sido una chica muy charlatana pero sin ninguna mínima intención de andar contando la vida de los demás; a ella lo que le gustaba era poder sacar sonrisas con su labia por la conversación. Siempre, siempre había sido fuerte, tenía que ser fuerte, pues Patricia se encontraba con veintitantos años, con una deuda, de herencia por parte de sus padres, de miles de euros que iba pagando poco a poco y con un hermano que cuando ella nació, él ya se encontraba en coma. Patricia no tenía la vida que soñaba, pero tampoco envidiaba la vida de nadie, porque sabía que los que tenía a su alrededor con sus más y sus menos tampoco eran felices: los hijos de la señora María nunca le preguntaban a ésta cómo estaba y se desentendían totalmente de su felicidad, la tos del señor Manolo pedía a gritos compañía para enfrentarse a esa gran soledad a la que estaba sometido, el chico de la universidad había desconectado totalmente de cualquier relación con otras personas porqué vivía obsesionado con el dinero, la mujer ansiosa por ser madre nunca descolgó el teléfono, pues no cumplía los requisitos que le pedían los del servicio de adopciones, Cristina decidió ser vegetariana porqué en el fondo quería que le preguntasen “¿por qué?” pero jamás tuvo ocasión de responder a nadie y Pablo era tan inseguro que necesitaba que vieran salir de su casa cada domingo por la mañana a una chica diferente, pero aun así eso no le saciaba. Patricia sabía que todos tenían problemas distintos pero en fondo tanto ella como sus vecinos estaban solos.
¿Son de verdad? A veces las pienso, las pronuncio, las leo, las escribo, las canto, las asimilo, las creo, las vivo... a veces responden como frías, dulces, agrias, fuertes, altas... las mandamos a un niño, un adulto, un padre, un amigo, un amor; pero la magia de todas éstas es que no se gastan, porque mudos, jóvenes, mimos, astronautas, pensionistas... todos, todos las sienten aquí dentro. Me pregunto cuantos son los que aprecian cuando son para uno mismo. Palabras... PALABRAS PARA QUIEN.
11/1/11
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1 comentario:
Increible.
Eres tan grande.
Bien.
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