14/8/10

Estaba ahí, sin mover ni siquiera sus párpados… nos separaba un cristal con una cortina grisácea de metal con una distancia milimétrica entre barita y barita, el suficiente espacio como para poder ver su rostro triste y desamparado, aunque en el fondo yo estaba con él. Me cayó una lágrima mientras colocaba mi mano derecha sobre ese cristal y apoyaba en él mi cabeza que miraba hacia abajo sintiendo pena y nostalgia. Una voz suave y desconocida trató de consolarme a la vez que, amablemente, me obligaba a separarme de ahí, y alguien por el otro costado del cristal estiró de una cuerda con la intención de cerrar, sin tacto humano, las cortinas. Caí, con un suspiro y el derroche de mil lágrimas, al suelo; con mis piernas encogidas, la cabeza en las rodillas y los brazos por encima con tal de cubrir mi miedo… Y una voz en mí me animó a levantarme para luchar por la única persona que me dio un amor grande e incondicional; así pues abrí esa puerta, me acerqué a él, le cogí su mano mientras me acercaba a su frente para darle un beso y, aunque él no abrió los ojos ya sabía que era yo, me sonrió y puso todas sus fuerzas, las pocas que le quedaban, en decirme lo mucho y Bien que me quería; yo, pequeña e impotente, me despedí de él, para siempre, sabía que esa noche mi padre no volvería a despertar.

1 comentario:

Serinstantes dijo...

Felicidades.