Estaba ahí, sin mover ni siquiera sus párpados… nos separaba un cristal con una cortina grisácea de metal con una distancia milimétrica entre barita y barita, el suficiente espacio como para poder ver su rostro triste y desamparado, aunque en el fondo yo estaba con él. Me cayó una lágrima mientras colocaba mi mano derecha sobre ese cristal y apoyaba en él mi cabeza que miraba hacia abajo sintiendo pena y nostalgia. Una voz suave y desconocida trató de consolarme a la vez que, amablemente, me obligaba a separarme de ahí, y alguien por el otro costado del cristal estiró de una cuerda con la intención de cerrar, sin tacto humano, las cortinas. Caí, con un suspiro y el derroche de mil lágrimas, al suelo; con mis piernas encogidas, la cabeza en las rodillas y los brazos por encima con tal de cubrir mi miedo… Y una voz en mí me animó a levantarme para luchar por la única persona que me dio un amor grande e incondicional; así pues abrí esa puerta, me acerqué a él, le cogí su mano mientras me acercaba a su frente para darle un beso y, aunque él no abrió los ojos ya sabía que era yo, me sonrió y puso todas sus fuerzas, las pocas que le quedaban, en decirme lo mucho y Bien que me quería; yo, pequeña e impotente, me despedí de él, para siempre, sabía que esa noche mi padre no volvería a despertar.¿Son de verdad? A veces las pienso, las pronuncio, las leo, las escribo, las canto, las asimilo, las creo, las vivo... a veces responden como frías, dulces, agrias, fuertes, altas... las mandamos a un niño, un adulto, un padre, un amigo, un amor; pero la magia de todas éstas es que no se gastan, porque mudos, jóvenes, mimos, astronautas, pensionistas... todos, todos las sienten aquí dentro. Me pregunto cuantos son los que aprecian cuando son para uno mismo. Palabras... PALABRAS PARA QUIEN.
14/8/10
Estaba ahí, sin mover ni siquiera sus párpados… nos separaba un cristal con una cortina grisácea de metal con una distancia milimétrica entre barita y barita, el suficiente espacio como para poder ver su rostro triste y desamparado, aunque en el fondo yo estaba con él. Me cayó una lágrima mientras colocaba mi mano derecha sobre ese cristal y apoyaba en él mi cabeza que miraba hacia abajo sintiendo pena y nostalgia. Una voz suave y desconocida trató de consolarme a la vez que, amablemente, me obligaba a separarme de ahí, y alguien por el otro costado del cristal estiró de una cuerda con la intención de cerrar, sin tacto humano, las cortinas. Caí, con un suspiro y el derroche de mil lágrimas, al suelo; con mis piernas encogidas, la cabeza en las rodillas y los brazos por encima con tal de cubrir mi miedo… Y una voz en mí me animó a levantarme para luchar por la única persona que me dio un amor grande e incondicional; así pues abrí esa puerta, me acerqué a él, le cogí su mano mientras me acercaba a su frente para darle un beso y, aunque él no abrió los ojos ya sabía que era yo, me sonrió y puso todas sus fuerzas, las pocas que le quedaban, en decirme lo mucho y Bien que me quería; yo, pequeña e impotente, me despedí de él, para siempre, sabía que esa noche mi padre no volvería a despertar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Felicidades.
Publicar un comentario