28/11/10

Adoraba creer que podía tener la vida que quería y que los suyos se sintieran orgullosos de ello. Adoraba viajar mentalmente a los sueños que sabía que no podía alcanzar. Y eso fue, básicamente, lo más cerca que estuvo de su felicidad.

Los días pasaban sin hacerse notar; la ilusión hacía tiempo que se había esfumado junto a sus sonrisas, y sus manos, resecas por el frío, ya no le decían nada. Los constantes suspiros era lo que le quedaba. Y, por cierto, sus ojos tristes ya no podían llorar.

No quedaba nadie más a quién decepcionar. Se fue.